Fotorecuerdos
“-Qué curioso -dijo al cabo de un rato-, trato de recordar el paso de aquel año y no puedo recordar nada más que escenas sueltas, una al lado de la otra. ¿A vos te pasa lo mismo? Yo ahora siento el paso del tiempo, como si corriera por mis venas, con la sangre y el pulso. Pero cuando trato de recordar el pasado no siento lo mismo: veo escenas sueltas paralizadas como en las fotografías”.
Alejandra en “Sobre Héroes y Tumbas”.
Ernetsto Sábato.
Hace algún tiempo que vengo pensando en la memoria, aunque supongo que es un tema recurrente. Una vez alguien me habló de un tipo de recuerdos que funcionan como un stop motion, y que lo importante de ellos no es un hecho principal, sino los detalles. Es decir, puede que recuerdes como estaba decorada una habitación en la que estuviste, cómo era cada uno de sus muebles, incluso cómo olía, y que a la vez seas incapaz de acordarte de qué hacías allí, lo que pasó antes o lo que vino después. Hace pocos días estos fotorecuerdos del pasado aparecieron en mi mente después de volver a ver las películas de Chris Marker una tarde de domingo en el cine Doré.
Chris Marker es, sin duda, una de las figuras más enigmáticas del panorama creativo de la segunda mitad del pasado siglo. Su obra cinematográfica, aunque más cerca siempre al documental que a la ficción, nos ha dejado hermosas reflexiones sobre la construcción de la memoria, dedicándose a los curiosos mecanismos de ésta, las formas de dominación a través de su control, así como las claves para construir un proyecto personal del pasado colectivo. O lo que es lo mismo, una mirada individual acerca de lo que nos ha pasado a muchos.
A propósito del Tiempo, de la memoria, Marker realizó en 1962 una pieza llamada La Jetée a partir de fotos fijas y una voz en off, una pieza ya conocida por muchos que, aunque se pueda ver en youtube, sigue teniendo poder de convocatoria como para llenar un domingo de lluvia la sala de un cine. La Jetée cuenta la historia de un hombre que se ve sometido a unos experimentos relacionados con el tiempo en una sociedad post III Guerra Mundial, donde los humanos viven bajo tierra debido a la imposibilidad de supervivencia en la superficie del planeta. El espacio está cerrado y la radiación no permite ninguna forma de vida, por lo que es necesario abrir un agujero en el tiempo que permita traer víveres y recursos para volver a empezar. Este agujero se tiene que abrir, necesariamente, con las imágenes soñadas de una persona que tenga fuertes recuerdos del pasado, tanto que pueda ser capaz de recrearlos y poseerlos.
No es casual que el filme se sitúe en el muelle de un aeropuerto como punto de partida y de cierre; los aeropuertos son en la modernidad espacios de transición, diáfanos, impersonales… el sitio con más desencuentros por centímetro cuadrado del planeta, dónde la idea de desplazamiento que tanto ha preocupado al cine contemporáneo se hace físicamente plausible.
A lo largo del filme, la historia de encuentros y desencuentros entre la imagen de una mujer puede que real o puede que soñada, es la excusa para darle a la memoria carta blanca. Lo paradójicamente irreal de La Jetée, no es ni el pasado ni el futuro, sino el presente. Marker nos revela con ello la precariedad de las sociedades contemporáneas, su estado efímero, su artificialidad y volatilidad.
Esta idea de experimentar con el cuerpo humano en pos de una Razón de peso mayor, como la Superviviencia en este caso, recuerda a lo que el filósofo Giorgio Agamben llamó Homo Sacer. Este ser contemporáneo que es sacrificado en realidad por nada, que su vida es considerada como algo desnudo, libre de contextos sociales o políticos, y que este sacrificio tantas veces queda en simple experiencia. Precisamente en esta línea, los experimentos a los que se somete el protagonista de La Jetée para abrir el túnel temporal, quedan en una experiencia científica y, como dice la voz en off “Al terminar el experimento, unos estaban decepcionados, otros estaban muertos… o locos”.
Es curiosa la memoria, es curioso qué recordamos y qué olvidamos. Es curioso como a veces después de recordar nos volvemos siempre un poquito locos. Y muchas veces, afortunadamente, es para bien.